viernes, 15 de junio de 2012

La navaja de Occan por Nathan Stone sj


Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomen, esto es mi Cuerpo.                Marcos 14:24


De acuerdo a la devoción de los fieles, el Santo Sudario es la sábana en la cual el cuerpo del Señor crucificado fue enterrado durante tres días en la tumba nueva.  El artefacto es mencionado en el evangelio de San Juan; luego, reaparece como objeto de devoción en 1347.  Es cierto que demuestra marcas consistentes con el cuerpo sin vida de un crucificado, pero el Imperio Romano crucificó a muchos.  Por lo demás, nadie puede dar fe de dónde estaba durante trece siglos, ni por qué apareció en aquél momento. 

Una prueba de datación por radiocarbono en 1988 indica que la tela misma tuvo su origen en el Medioevo.  La Santa Sede emitió una humilde declaración valorando la devoción de generaciones de fieles, que si bien el Sudario no es auténtico,  la fe del pueblo, sí, lo es.  Por eso, continúa siendo un tesoro que recuerda la riqueza histórica del pueblo de Dios.

Nadie sabe, a ciencia cierta, el origen de la reliquia, pero la explicación más simple es que fue una obra de arte devocional, realizada por algún inspirado en su momento, algún santo anónimo, quizás, a partir de su propia experiencia mística del Crucificado.  Admirado por el pueblo, con el pasar de los años, se difundió la noción de que se trataba del sudario propiamente tal.  Más que una prueba de la historicidad de la pasión de Cristo, hay que tomarlo como una prueba de una añoranza en el corazón del pueblo; el deseo de tener un contacto real con Jesús. 
              
El fraile franciscano, Guillermo de Occam, también del Medioevo, propuso como fundamento de la filosofía, que la explicación más simple, siempre y cuando ésta dé cuenta de un fenómeno adecuadamente, es la más probable.  Antes, tanto en la filosofía como en lo que después se conoce como la ciencia natural, hubo mucha especulación; mucha teoría compleja sobre la metafísica platónica; que se suponía necesaria para dar cuenta del universo. 
              
Se explicaba la aparición de los gansos cada año en una cierta temporada por medio de la generación espontánea.  Bajo ciertas condiciones astrológicas, los moluscos se transformaban espontáneamente en aves. Después, se dieron cuenta de que el ganso es un ave migratorio.

Antes, se suponía saber las intenciones de las personas, la fisionomía de los ángeles, la ubicación cosmológica del purgatorio y le temperatura del infierno.  Después, había que reconocer que el hombre no sabe, ni puede, ni precisa saber, todo.  Abrió la puerta para la investigación empírica, en el mundo de las ciencias. Además, reabre la posibilidad de la experiencia mística, en lo espiritual.  El encuentro humano-divino suele ocurrir en la nube del no-saber.
El mundo moderno pretende explicar todo a través de la ciencia empírica.  Eso supone que el mundo es radicalmente material.  El hombre moderno es materialista, en ese sentido. 

Delante de la doctrina de presencia real de Cristo Resucitado en la eucaristía, mezclado con una dosis de fundamentalismo y materialismo, se llega a la complicadísima conclusión de que Jesús, en la Última Cena, estaba decretando una transformación del pan y del vino en cuanto a su composición molecular.  Se insiste que, si alguna vez, se hiciera un análisis químico del Cuerpo Sacramentado, no se encontraría un hidrocarburo complejo consistente con el pan, sino tejido muscular consistente con un cuerpo humano; lo cual es anacrónico, absurdo y sin sentido.  Aunque fuera cierto, ¿cuál sería el sentido de consumir un cadáver, por más que fuera Jesús?

Tiene que haber una explicación más simple.  El Señor instituyó el sacramento eucarístico para recordar la entrega de su vida para la salvación de su pueblo.  No es un milagro de la bioquímica, (la explicación más complicada y menos significativa), sino una maravilla de generosidad, de inmortal que da la vida por los mortales, de pastor que da la vida por sus ovejas, de Rey que entrega su esencia vital para salvar a la gente. 

La realidad de la presencia real eucarística no está en las moléculas, sino en el trasfondo místico.  La realidad del Resucitado presente, del Señor que no abandona a sus discípulos, se concreta en las réplicas que se dan entre los auténticos discípulos.  Empiezan a amar como él amó. 

Eucaristía es un signo de amor entregado, sin embargo, es más que una idea teórica.  Quien comulga con el cuerpo resucitado, quien toma de la copa de la Nueva Alianza, se compromete a tratar a los demás de la misma manera, entregando su vida para así dar vida. 

Es la explicación más simple, y en este caso, es la más profunda. 

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