martes, 31 de agosto de 2010

"Vivir juntos" por Mario Inzulza

http://www.todoslosdomingos.blogspot.com/ (Recomendado por Gabriela Monardes)


Hay personas que piensan que crecer es progresar. Como en esos antiguos juegos donde las fichas iban saltando los casilleros al ritmo de los dados, nos imaginamos que la vida será mejor mientras más cerca se esté de la meta y que cada vez que sale ‘6’ es tener buena suerte. Mirada así, la vida es un camino siempre hacia adelante y en constante progresión, donde una vez encontrado el ‘objetivo’ debemos ir acumulando experiencias que nos enriquezcan y donde el único problema es la velocidad con que nos acerquemos a ese fin.

Muchas veces este modo de imaginar la vida ha sido usado para referirse a la vocación. Así, el ‘llamado’ aparece como una voz que, desde el interior o el exterior, indica qué hacer con la vida y hacía dónde hay que avanzar. Igual que en las tragedias griegas donde el protagonista recibe una misión que debe cumplir contra viento y marea, la vocación viene a ser el faro que ilumina el caminar en medio de la oscuridad de la vida y que, una vez alcanzado, nos permite decir: “¡tarea cumplida!

El problema viene cuando esta idea de la vida y de la vocación se hace llamar cristiana. Según esta lógica, la voluntad de Dios sería un plan maestro del cual cada ser humano es parte y tiene una misión particular a cumplir. La tarea del cristiano, entonces, sería descubrir cuál es esa tarea que Dios le ha designado en la vida. La oración, las prácticas de fe y el servicio de los demás serían los medios para descubrir, en medio de tanta maleza, de dónde viene el llamado y cuál es la opción a tomar. Pero una vez sabida, el resto es fácil: con el objetivo claro, hay que progresar sin perder el norte frente a los ‘obstáculos’ o ‘pruebas’ que en el camino se esconden y planean la emboscada.

¿Por qué esta visión no sería cristiana –al menos, totalmente–? Las primeras comunidades cristianas nos han transmitido que, en Jesús de Nazareth, Dios Padre ha hablado clarito y sin ambigüedades. Ahí está la vocación que ha recibido toda la creación desde siempre y para siempre: ser otro Cristo. De ese llamado ‘no se salva nadie’. Dios quiere hijos y hermanos; esa es su única llamada y eterna invitación. La vocación, entonces, no es algo a hacer, sino una relación a construir y cuidar. ¿Cómo? ¿Haciendo qué? Eso lo deberá ver cada uno, confrontando sus propios deseos con la experiencia de Jesús, la tradición de la Iglesia y lo que los tiempos reclamen. Dios no elegirá por mí, ni dirá: “quiero que seas abogado, enfermera, sacerdote”. Libremente, cada hombre y mujer deberá elegir dónde, cómo y con quién amará más a Dios y a los demás; después, deberá ser fiel a la palabra empeñada y seguir cultivando esa relación que tendrá, como fruto, tal o cual acción particular. Insisto: Dios quiere hijos e hijas con quienes relacionarse y hacer cosas juntos, no gente buena que cumpla con su deber o que haga cosas en Su nombre.

Con Dios la vida es menos clara, pues todo va dependiendo de lo que hacemos con Él. Es una relación que, como todas, tiene sus ritmos. Y puede resultar que nuestra existencia, en vez de ir para adelante y progresar, vaya para atrás y se hunda… como en Viernes Santo. Por lo mismo, cuando un matrimonio cumpla 50 años de matrimonio no hay que alegrarse por la meta cumplida o la capacidad de soportar las dificultades. La pregunta cristiana será: todos estos años, lo que han hecho, ¿lo han hecho juntos?

jueves, 19 de agosto de 2010

Solidaridad por Nathan Stone sj

Si un hermano está desnudo y no tiene nada para comer, y les dice: “Váyase en paz, abríguese y coma”, pero no le da lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? Santiago 2:15-16

Para su curso de Doctrina Social, pregunté a los universitarios por el sentido de la ayuda al próximo en la enseñanza del la Iglesia; precisamente, por cómo se relaciona con el evangelio. Muchos contestaron que hay que atender al necesitado en este mundo para que a uno le vaya bien en el más allá. Quedé asombrado.
Si es así, es un negocio. Los objetivos parecen celestiales, quizás, y por eso, teñido de religión. Sin embargo, la participación es interesada, egoísta y sin amor. Resulta una imposición desagradable, otro mandamiento más, otro kilobyte de burocracia fría, desconectada y autoritaria, con un beneficio postergado, no para el próximo, sino para uno mismo.
Si eso fuera el sentido de los proyectos solidarios, obvio que sería inútil medir los resultados. Si el objetivo no es la superación de la pobreza, sino ir al cielo, habrá que evaluar más adelante, cuando estemos muertos. Eso no está en el evangelio. Es un invento. Para poder preguntarse, ¿qué haría Cristo en mi lugar?, hay que conocer el criterio del Maestro. ¿Cómo actúa Jesús, frente al hermano solo y desamparado?
La responsabilidad social ha estado de moda últimamente. El problema es que las modas pasan de moda. ¿Con qué nos quedamos después? Sirve para hacerse amigos y vanagloriarse del emprendimiento personal. Por otro lado, ¿nos atrevemos a preguntar cómo ha mejorado la situación del excluido a consecuencia de nuestros esfuerzos?
La ayuda al prójimo puede distorsionarse de muchas maneras. Significa prestigio para las instituciones, una estrategia de comunicación social que resulta barata y beneficiosa. Es publicidad gratuita para la empresa, y resulta políticamente expedito para los partidos. El excluido es una estadística para mi tesis, una cifra para mi proyecto. Lo seguimos deshumanizando, estudiándolo con lupa pero sin caridad. Se puede bailar al ritmo de la música porque está de moda, sin jamás amar. He ahí el problema.
La solidaridad auténtica nace de la compasión. Los discípulos de Jesús miran al marginado, al forastero y al encarcelado, y ven a un hermano. El amor cristiano dice, tu causa es mi causa, tu pena es mi pena, tu tristeza es mi tristeza, tu alegría es mi alegría. Al identificar nuestras vidas con el Señor de la esperanza, ya no hay “ustedes” y “nosotros”, sino una sola mesa que incluye al excluido, donde hay un lugar para todos sin excepciones.
Para los seguidores de Cristo Jesús, (me refiero al Cristo valiente de las bienaventuranzas, que sana enfermos y alimenta a multitudes), la solidaridad es su vida, su pasión y su sentido. Sin temor a comprometerse, los misioneros del evangelio pueden decir, tu terremoto es mi terremoto. Tu situación de calle es mi situación de calle. Tu drogadicción es mi drogadicción. Tu casa inundada por la lluvia inesperada es mi casa, también.
La auténtica solidaridad no es un proyecto personal. No es cosa de cada uno. Es contagiosa, un fuego que enciende a otros fuegos. Padre Hurtado no es para nosotros un lindo recuerdo y una estampita. Es un modelo, una inspiración, un ejemplo a seguir. El Santo Padre lo elevó a los altares un 23 de octubre de 2005, pero su espíritu sigue vigente aquí en la tierra.
No se trata de dar hasta donde me conviene, ni tampoco de dar hasta que duela, sino de dar todo lo que tenemos, como lo hizo San Alberto, como lo hizo Cristo Jesús. Él es el amor solidario hecho hombre para nuestra salvación. La santidad de San Alberto consiste en su entrega total, por los demás, sin esperar nada a cambio.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Talleres de Formación dictados por P. Juan Ochagavía Sj.


Taller "Grandes Verdades de la Fe"

Lunes 30 de agosto, Miércoles 01 y Viernes 03 de septiembre de 19:00 a 21:00 hrs.

Taller “Autobiografía de San Ignacio de Loyola”

Martes 31 de agosto y Jueves 02 de septiembre de 19:00 a 21:00 hrs.

Sábado 04 de septiembre de 09:00 a 11:00 hrs.


¡No dejes pasar esta oportunidad de formarte y crecer!

Cada Taller tiene un costo de $ 2.000.- (hay posibilidades de becas parciales)

Inscripciones: Juanita Villalobos 467012, Oficina Pastoral Colegio San Luis, jvillalobos@colegiosanluis.cl

Lugar: Sala Audiovisual 1 del Colegio San Luis.

Invitan: Departamento de Pastoral y Formación del Colegio San Luis, y la Comunidad de Vida Cristiana, CVX.

Invitación Oración Cantada de Agosto