sábado, 7 de abril de 2012

La Belleza Insoportable por Nathan Stone sj


Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, …eso les anunciamos.  1 Juan 1:1-2


Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe, vacía nuestra esperanza.  Así de simple.  Si la muerte es más fuerte que el amor, la humanidad queda derrotada, a la larga.  El amor sucumbe, dejando solamente un recuerdo nostálgico, sin sentido ni substancia. 
                   
Nuestra conmemoración anual de la ejecución del joven curandero de Galilea sería homenaje a una muerte trágica, un minuto de solidaridad con él y muchos otros, caídos delante de la maquinaria depredadora que devora la creación sin piedad. 
                  
Pero no es así.  Resucitó.  El Resucitado es la piedra angular.  Los discípulos dan testimonio de lo que han visto y oído.  Dan fe de haber tocado al Cordero inmolado, de haber sentido su aliento y los latidos de su corazón. 
                 
Más allá de las pequeñas primaveras, más profundo que los lindos amaneceres, más real que las abstracciones teológicas; el Resucitado es la luz en nuestra oscuridad, la esperanza en nuestra desesperación, el cálido abrazo de amor en un infierno de frialdad.
                   
Los ojos mortales están enceguecidos por la epidemia de fealdad.  Sobrepasados de falsos imágenes, fragmentados con distractores, corrompidos por promesas incumplidas; no lo ven.  Sin embargo, está presente, infundido en el corazón del mundo caído, redimiendo lo que está perdido, rescatando lo insalvable. 
                  
Se desconoce su belleza, misteriosamente oculta en el fétido basural de un planeta devastado.  Con todo, está.  Es la presencia real eucarística, oculta en el pan y el vino; en la tierra, el aire y el sol; vivificando donde la muerte desgarradora pretende reinar. 
                   
Los oídos mundanos; ensordecidos por el ruido ambiental, intoxicados por ritmos anestésicos, contaminados por mil mentiras espectaculares; no lo escuchan.  No obstante, está hablando, presente, orquestando armonía detrás de esta funesta disonancia ensordecedora. 
                    
No se reconoce su hermosura, sigilosamente escondida detrás de estridencias indescifrables, clamores de indignación y gritos de dolor.  Su belleza no se percibe por el ruido de los distantes cañones de los continentes sitiados por su propia estrechez de corazón. 
                  
La finura delicada del tacto; consumida por expropiaciones indebidas, decepciones frívolas y fantasías imposibles; se pierde.  A pesar de todo, en tiempo real, el Resucitado, presente y velado, coloca su mano sobre toda la creación y; como rey de masa, energía y sentido; ordena a la vida que se levante a caminar. 
                    
La belleza insoportable estremece.  La gente prefiere su mundo cibernético, enmarcado por la pantalla electrónica, fragmentado en ventanas cuadradas de realidad virtual, controlable, predecible y feo. La hermosura infinita desconcierta.  Pero es verdad.  Es real.  Está ahí.
                   
Si no fuera por su presencia redentora, si no fuera por la victoria del amor sobre la muerte, la cacofonía grotesca de esta intolerable cotidianidad ya se habrá llevado las más nobles almas al abismo insaciable.  
         
¿Qué hacer para poder ver?  ¿Cómo vencer la sordera para oír, gustar, tocar? Creo que es cuestión de valentía.  Hay que ser bien hombre (o mujer, de acuerdo al caso) para percibir al Resucitado, para reconocer su hermosura irresistible como verdad, para sentir la simple verdad como fuente de belleza, y así, sin temor, entregar la vida a su energía seductora. 


Pascua.1.2012.B.Belleza insoportable 

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