viernes, 24 de diciembre de 2010
miércoles, 22 de diciembre de 2010
Invitación Cursos de Verano Iglesia Antofagasta
Para informarse de los cursos que se dictarán visiten el siguiente link en donde podrán revisar el programa diario: https://docs.google.com/viewer?a=v&pid=explorer&chrome=true&srcid=0B65HbQXRgrJeNzQ3MDI5YjYtNGY4YS00ODExLTliMTAtNjM3ZDU3ZmQ4ZDdh&hl=en&pli=1
sábado, 18 de diciembre de 2010
Mensaje Benedicto XVI a los universitarios en Roma
lunes, 13 de diciembre de 2010
Comentario Tercer Domingo de Adviento por A. Sardiano SJ (Pastoral UCC)
En estos tiempos de cambios vertiginosos, de tensiones y conflictos permanentes y de todo tipo, y de confusión interior y desconcierto, es importante recordar que Jesús de Nazaret no es propiedad particular de las Iglesias ni de los cristianos. Es de todos, es patrimonio de la humanidad. A él pueden acercarse tanto quienes lo reconocen como Hijo de Dios, como también aquellos que aunque con total honestidad intelectual se consideran agnósticos o ateos, andan buscando un camino para superar la inhumanidad que todos llevamos dentro y poder vivir más digna y plenamente.
Hace ya muchos años, el conocido pensador Roger Garaudy, marxista convencido entonces, gritaba así a los cristianos: «Ustedes han recogido y conservado esta esperanza que es Jesucristo. Devuélvanla al mundo, porque ella nos pertenece a todos». Y casi por la misma época, el escritor francés Jean Onimus publicaba su apasionante y original libro sobre Jesús con el provocativo título de “El perturbador”. Dirigiéndose a Jesucristo, decía así en una de sus brillantes páginas: «¿Por qué vas a permanecer propiedad privada de los predicadores, de los doctores y de algunos eruditos, tú que has dicho cosas tan sencillas, palabras directas, palabras que permanecen para los hombres, palabras tan llenas de vida?». Y en otro libro suyo posterior, “Jesús en directo”, sumamente sugerente e igualmente apasionante, Onimus profundiza en esa idea cuando dice: «Devolver a Jesús su dimensión verdadera, la de un transformador de la vida, la de un acelerador de la evolución humana, dejando de lado la dimensión totalmente funcional y abstracta de redentor (el que rescata a los esclavos para liberarlos), no es un proyecto negativo, sino todo lo contrario: es reinsertar el Evangelio en la vida cotidiana y devolverle todo su peso ético.
Bloqueando la huída hacia arriba, en dirección a entidades y principios, se redescubre lo que tanto había impresionado a los primeros discípulos: un ser sobrehumano a fuerza de ser profundamente humano, humano hasta lo imposible». Por eso, es para alegrarse el hecho de saber que muchos hombres y mujeres, alejados de la práctica religiosa habitual, leen el Evangelio o algún libro sobre Jesús de Nazaret. Porque sin lugar a dudas, Jesús puede ser para muchos el mejor camino para encontrarse con ese misterio insondable que algunos llamamos Dios y que otros designan con mil nombres diferentes, pero que en definitiva y más allá de cómo se entienda, constituye un horizonte de esperanza y una invitación a una nueva manera de ser y de estar en el mundo basada en una convivencia respetuosa, pacífica, cordial y compasiva de los seres humanos entre sí y con la creación entera, que en definitiva tiene su fundamento en la conciencia de la unidad de la vida que nos religa a todos con todos y con todo.
Jesús no deja indiferente a nadie que se acerca a Él. Uno se encuentra, por fin, con alguien que vive en la verdad, alguien que sabe por qué hay que vivir y por qué merece la pena morir. Intuye que ese estilo de vivir tan «jesuano» es una manera acertada y lograda de enfrentarse a la vida y a la muerte.
Jesús sana. Su pasión por la vida pone al descubierto nuestra superficialidad, nuestros prejuicios y esquemas mentales anquilosados, y nuestros convencionalismos hipócritas. Su amor a los más débiles e indefensos desenmascara nuestros egoísmos, nuestra insensibilidad y nuestra falta de solidaridad. Su autenticidad pone al descubierto nuestros autoengaños y las trampas que nos tendemos a nosotros mismos para no hacernos cargo de nuestra responsabilidad a todo nivel pero especialmente en lo social. Pero, sobre todo, su fe incondicional en el ser humano nos invita a confiar en el proceso de la vida, por desesperada y desesperante que pueda ser una determinada situación.
Quienes hoy abandonan la Iglesia porque se encuentran incómodos dentro de ella, porque discrepan de las actuaciones o actitudes de algunos de sus miembros, o porque en conciencia no pueden aceptar ni estar de acuerdo con algunas de sus normativas o directrices concretas, o porque, sencillamente, la liturgia cristiana ha perdido para ellos todo interés vital, no deberían, por eso, abandonar automáticamente a Jesús. Cuando uno ha perdido otros puntos de referencia y siente que «algo» se está muriendo o apagando en su interior, puede ser decisivo no perder contacto con Jesús. De alguna manera y en algún sentido, justamente de eso nos habla el evangelio de hoy cuando el evangelista pone en boca de Jesús estas palabras: «¡Y dichoso aquel que no se sienta defraudado por mi!». Feliz de aquel y de aquella que, independientemente y más allá de sus creencias o convicciones religiosas, entiendan todo lo que Jesús de Nazaret puede significar en su vida…
Sugerido por Guillermo Baranda sj
viernes, 10 de diciembre de 2010
Especial Navidad
Para ver más del especial, pinchar el link http://www.iglesia.cl/especiales/navidad2010/






