Estando en Belén, le llegó a María el tiempo del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. Lucas 2:6-7
Ha llegado el día para los que viven en tinieblas; para los enfermos terminales, los refugiados, los prisioneros en el fondo del calabozo; para los que viven en la oscuridad tan oscura que no se distingue el día de la noche. Ha nacido un Salvador, un niño en pañales, durmiendo en un pesebre, tan poca cosa y nuestro Señor.
Se hace hombre para los presos, los exiliados y los drogadictos. Entre el buey y la burra, Dios ha nacido, como niño pobre, muerto de frío. No parece príncipe. No conoce sedas ni manjares. No es ni favorito ni conectado, sino más bien, desplazado por Augusto, y perseguido por Herodes. El Redentor de los depresivos, los rechazados y los postergados pasa su primera noche asilado en un establo, con los pastores y sus animales, con los que son nadie en el mundo.
Imagínate la vergüenza de una madre al tener que acostar a su pequeño en un pesebre, porque cuna no tiene, y a nadie le importa. Ahí, lo cuida durante la noche para que los ratones no le muerdan las orejas. Al otro día, está atenta para que no le piquen los mosquitos. A este mundo real vino a nacer, no a otro.
Los que viven en tinieblas han visto la gran luz. La estrella no se aprecia en la ciudad. Pero el desposeído se esconde de la iluminación urbana, porque deja en evidencia su humanidad a mal traer. Pasa desapercibido por los espacios públicos con su carreta, por los centros comerciales con su triciclo, recogiendo lo que encuentren, vendiendo lo que pueda, antes de volver a esconderse en la periferia. Así, también, los decaídos, los relegados y los marginados; los habitantes de aquella tierra de sombras propia de los que no encuentran su lugar en el mundo, como María y José en Belén. Lejos de la gloria falsa del imperio de de este mundo, pueden ver la gloria del Señor, la estrella que brilla para ellos en la noche oscura.
El mundo es a veces cruel e injusto. Existen imperios engreídos y mayorías postergadas; islas de opulencia y desiertos de carencia; hombres encumbrados y otros malheridos. La salvación de los satisfechos parece venir de su propio poder. Los reyes y señores de los arrogantes son los ídolos transitorios del momento. Sus tesoros, honores y soberbias les hacen prescindir del Mesías. Viven enceguecidos por su propia comodidad.
Por otro lado, si por alguna razón, te identificas con los postergados, hoy te ha nacido un Salvador. Si te falta qué comer y dónde vivir, ahora tienes un Mesías. Si quedaste sin tierra, sin patria, sin familia, tienes un Señor. Si te pesa el fracaso, la derrota y la vergüenza, un niño te ha llegado. En los corrales donde se juntan los refugiados de Belén, se ha revelado la compasión desbordante del Señor.
Jesús nace refugiado entre los más pobres. Los primeros en rendirle homenaje son los indigentes, gente como él que no tiene dónde reclinar la cabeza. Él asume la humanidad más radical, más precaria, más frágil. Se ha hecho hombre como los más aporreados, marginados y olvidados. Conoce en carne propia las dolencias de la condición humana.
Al venir adorar al Dios Niño, pidamos pobreza con Cristo pobre, para
parecernos más a él, para amar como él ama y sentir la misma compasión que él
siente. Acerquémonos al pesebre como siervos indignos, para servir
al niño que nace en un establo; a éste, y a todo niño que nace desamparado, vive
fugitivo y muere condenado, como Jesús. El pobre es Cristo,
Emmanuel, Dios con nosotros. La grandeza de nuestro Rey es su
pequeñez.
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