jueves, 23 de febrero de 2012

Comenzamos Cuaresma...


Los estudiantes por Nathan Stone sj...
Conviértanse, y crean en el evangelio.   Marcos 1:15

Mauricio (no es su nombre verdadero) vuelve de la universidad a su casa todos los veranos, para compartir con su familia y para trabajar.  Este año, su descanso fue corto.  El año académico se atrasó por la huelga estudiantil que duró 135 días. 


Mauricio estudia física con mención en astronomía en la más prestigiosa universidad del norte de Chile.   Para estudiar, debe aprovechar todos los beneficios imaginables; beca alimenticia, subsidio de alojamiento, crédito estatal y préstamo de financiera particular.  Aun así, no le alcanza.  Trabaja cuando puede, noches y fines de semana, con lo cual estudia menos de lo debe. La física no es fácil.  En estas condiciones, Mauricio ha tenido que repetir materias, con lo cual, su paso por la universidad se ha prolongado.  Así, también, su deuda se ha amontonado. 


Cuando va a Ovalle en verano, suele pasar unos días con su madre y sus abuelos.  No tiene a nadie más.  Su casa es casa de campo, con piso de tierra.  Sale a buscar trabajo, y siempre encuentra, de temporero en la fruta.  Me parece injusto.  Mauricio trabaja por el sueldo mínimo para pagar los salones con aire acondicionado, los vehículos nuevos y las comidas en el hotel que su universidad “necesita” para asegurar su prestigio institucional. 


Yo trabajé en la universidad donde Mauricio estudia.  Me llamó la atención la buena remuneración de los académicos, administradores y funcionarios.  Me llamó la atención, además, cuántos eran.  Me llamó la atención la poca dedicación a la enseñanza y el mínimo compromiso con el servicio al estudiante (con excepciones notables).   Me llamó la atención el régimen de privilegio y jerarquía, la sensibilidad para ser contrariados, y la resistencia ante cualquier tipo de diálogo razonable. 


Durante el régimen militar, la educación pública (entre otras cosas) prácticamente desapareció; siendo ella reemplazada por la educación particular pagada.  Es otra bestia.  Hay más vacantes ahora que antes, es cierto.  Sin embargo, son vacantes en un sistema que ofrece educación de mala calidad a cualquiera que tenga la capacidad (o la imprudencia) para endeudarse. Muchos estudiantes terminan sin título universitario; y con deuda bancaria.


Hoy, la educación, al igual que la salud, es un negocio.  Es un privilegio que está en venta para los que pueden pagar; o postergar y pagar con intereses.  Se acumula “educación”, (o bien, la apariencia de educación, porque no aprenden nada) para garantizarse un espacio en el mundo de los privilegiados que viven del sudor de otros muchos que trabajan por el sueldo mínimo. 
La educación ya no es un derecho.  Tampoco crea el compromiso de contribuir nada a la sociedad, porque la sociedad no ha entregado nada al estudiante.  Se lo vendió.  En el sistema post régimen militar, no cabe la solidaridad.  Ya nada debe de hacerse gratis. 


Los estudiantes, a todo nivel, hicieron huelga el año pasado.  Saben que algo anda mal.  En muchos casos, fue un desahogo, no más.  No saben hacer huelga.  No saben proponer cambios profundos, a base de ideales claros; no saben luchar por ellos con cordura y valentía.  Fueron a negociar aranceles, alzas, porcentajes y beneficios, asesorados por ingenieros comerciales. Pero así, no cambia nada de fondo, y la educación continua siendo un negocio.  Igual que la salud. 


Nadie se atreve a pensar que podría haber otro sistema, que la educación de los más aptos podría ser la responsabilidad de todos, y en beneficio de todos.  Para la sociedad, a largo plazo, es una inversión más rentable que carreteras o armamentos. Se va a “resolver” el conflicto estudiantil del 2011 con algunos ajustes cosméticos y sin transformar nada de fondo.  Hay muchos que ya aprendieron a zanganearse de la educación como está.  Les gusta así.  El privilegio se instaló como ideología, y tenemos para rato con él.  Sin cambios de fondo, el problema persiste.  Vivimos a la sombra de la dictadura aún.


En cuaresma, el cristiano suele entender el llamado a la conversión en claves de mudanzas mínimas, también; de adaptaciones cosméticas, sin cambiar nada de fondo; sin echarle mano al sistema mismo; sin cuestionarse cómo vive ni para quién. 


La conversión en verdad es cosa seria.  Van a haber reclamos, obvio, porque se ha instalado otro modo de proceder, del cual muchos ya aprendieron a lucrar, del cual muchos son adictos, técnicos y promotores.  Con más razón, es urgente.  La conversión de fondo es la salvación de todos.  La solidaridad es posible.  El evangelio puede ser realidad, si logramos creer en él, confiar en él, apostar por él.

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